sábado, 23 de mayo de 2020

VII DOMINGO DE PASCUA. REFLEXIÓN DOMINICAL DEL SR. CANGO. P. JAIME GUTIÉRREZ

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR “ME VOY… PERO ME QUEDO”
Ascendió el Hombre-Dios, Jesús, a los cielos “hasta que una nube lo ocultó a los ojos de los ahí reunidos.” Gran misterio de amor es la ascensión del Señor. Se trata de Alguien lleno de amor que se va. Se ausenta y se despide como hombre, pero… se queda como Dios Salvador. Por eso insiste Lucas en los Hechos de los Apóstoles: “Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá.
Y si fue una gran maravilla que Dios bajara a la tierra para encarnarse, ahora, al subir, promete el memorial de su presencia divina que es muchísimo más que un recuerdo… Es su presencia invisible pero real. Por eso sentencia: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Esa nueva presencia en medio de nosotros, y en nosotros mismos, culmina en el bautismo por el que vive y opera Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en nosotros. Para nosotros es, pues, un memorial y un sacramento del Dios que nunca dejará de ser trascendente, por eso, aunque se va, siempre se queda y es vivo su amor. 
Por eso, hemos de considerar un grandísimo regalo la presencia del Señor Dios en cada uno de nosotros, y cuando nos reunimos en su nombre. Nunca, pues, estaremos solos, el amor de Dios por nosotros siempre permanece, y más lo sentimos cuando nos amamos unos a otros. Él está en cada uno de nosotros.
Lucas, en su relato de la ascensión, insiste en que el dolor de la visible ausencia puede dejarnos “estáticos,” paralizados, obsesionados mirando el pasado que no volverá por más que lloremos. Tienen, pues, razón los dos hombres vestidos de blanco, y no de luto, que dicen a los reunidos: “Galileos, ¿qué hacen ahí parados, mirando al cielo?” “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos.” Y es que, ahora, Dios se nos ofrece como Don para compartir con los demás los dones recibidos. Cierto que Dios está con nosotros, pero… para que lo anunciemos como la buena noticia. Hemos de hacerlo sabiendo que el Señor, que ahora sube a los cielos, volverá por nosotros. 
Para un cristiano cualquier adversidad no es nuestro final, ni siquiera la muerte terrenal. Nuestro Dios, se aleja victorioso y nos pide que cumplamos nuestra misión. Aunque sea muy grande la cuota de dolor que tengamos que pagar,  inmensamente más grande es el amor de Dios que nos promete un feliz final. Hay que esperar de pie. Dios… nunca se va.

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