sábado, 30 de mayo de 2020

DOMINGO DE PENTECOSTÉS.- Sr. Cango. P. Trinidad Márquez Guerrero

Hch 2, 1-11; Sal 103; 1 Cor 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23

Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, acontecimiento en el que se cumple la promesa que Jesús había hecho a sus discípulos, enviándonos el Espíritu Santo. No les ha dejado solos. Con esta nueva presencia cambia la tristeza en alegría, los recuerdos de dolor, fracaso y traición en perdón, abre las puertas que había cerrado el miedo, les hace entenderse por todos. Y pone en sus corazones el deseo imperioso de contar lo que habían visto y oído de Jesús.

De estar reunidos en un mismo lugar, los discípulos pasan a estar unidos para testimoniar con la palabra y los hechos por todo el mundo que solo hay nombre en el que podemos ser salvados, Jesús. A partir de ese momento, cada uno los oye hablar en su propia lengua. La diversidad de las lenguas representa la diversidad de las culturas y habla de la Iglesia, la comunidad de los discípulos, como enviada a todos los pueblos y a todas las culturas, para anunciar e instaurar el reino de Dios pregonando el evangelio de Jesucristo. A partir de Pentecostés, los discípulos difícilmente podrán volver a estar reunidos todos en un mismo lugar, pero es a partir de ese momento que estarán más unidos y fortalecidos que nunca, porque el Espíritu Santo hará de la Iglesia misterio de comunión a semejanza del misterio de Dios Uno y Trino.

El Espíritu no es derramado en el creyente como un don individual. El cristiano no es un asceta ni un místico solitario. El Espíritu es un don que entabla vínculos de fraternidad, que forma familia y hace la comunidad. El don de la unidad se sostiene de la espiritualidad de comunión, que brota del corazón del misterio de la Trinidad: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios que, hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Misterio que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado, ver ante todo lo que hay de positivo en el otro. Es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico de Cristo.

Se habla del misterio de Pentecostés bajo los elementos de viento y fuego, que en estado natural son inconmensurables, imprevisibles, no programables. Simbolizan la fuerza y la libertad del Espíritu, cuya fidelidad se muestra en la medida en que el discípulo no tenga la pretensión de administrarlo.

Los que vieron y escucharon a los discípulos en Pentecostés quedaron sorprendidos, fuera de sí, pero únicamente porque aparecían fuera de sí aquellos hombres hasta ahora temerosos, que arrebatados por el viento y el fuego del Espíritu dejaron atrás todos sus miedos y confiando solo en Dios se lanzaron a cumplir con la misión que Jesús les había confiado. Ojalá que nosotros, como creyentes, como Iglesia, pudiéramos despertar entusiasmo y hablar de las maravillas de Dios con tal alegría y frescura que pudiéramos atraer a otros. Que en la pluralidad de dones, servicios y actividades que tenemos como Iglesia católica pudiéramos testimoniar la verdad, para que el mundo crea, haciendo realidad el deseo del Señor.

Cómo sabremos si el Espíritu nos asiste. Si logras decir una oración; si sin que nadie te lo mande eres capaz de compartir tu pan con el necesitado; si tienes fuerza para que el recuerdo ya no te haga daño y logras perdonar; si encuentras a uno que te dirige una palabra viva, eficaz, original que es capaz de mover tu corazón; si lees una página resabida del evangelio como si la hubieras descubierto en ese momento; si te avergüenzas de tus pecados y entran de improvisto ganas de llevar una vida nueva, quiere decir que es el Espíritu quien te hace sentir, quien lo ha puesto en tu corazón, quien te ha inspirado, quien está actuando en ti con su acción purificadora y fecunda. No tengas duda, que nadie puede experimentar el don de Dios, si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Pidamos que ese viento extraño de Pentecostés irrumpa en nuestra casa, en nuestra vida para que nos lance fuera sin temor a proclamar las maravillas de Dios.

Que María, maestra y modelo de unidad en torno a los Apóstoles y los discípulos, abra nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo en nuestras almas para que hagamos lo que su Hijo nos manda y como Iglesia seamos uno como Él y el Padre.

«Por tu limpia Concepción y belleza sin igual, cúbrenos con tu manto, Madre Santísima de San Juan».

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